Ciudad (cuento)
El kippel lo llena todo en la ciudad oscura y lluviosa, llena el lugar donde vives -ciudad, cuadra, calle, cubículo- porque se va juntando, como todo lo demás, porque de ahí puedes sacar tu sustento, reciclar, vender o cambiar partes, o simplemente recordar. Juntas diarios que no vas a leer, humedecido ya. Cosas de un otro tiempo, porque con eso sobrevives.
La Humanidad necesita esclavos, ya sea para crear las pirámides que han estado ahí toda la Historia, como para retirar la basura. Bajo distintas condiciones, quizás, pero siempre esclavos. La mala noticia, en verdad mala noticia, es que la sociedad ya te pudo reemplazar, ya es capaz de manufacturar esclavos mejores que tú, que estorban menos.
¿Qué hace uno ahora, cuando los látigos que antes te oprimían ahora yacen colgados?
Claro, Libertad. Desde luego. La policía sigue ahí, mejorada. Y fuiste pisoteado tanto tiempo que ya no sabes cómo convivir con la Libertad, qué hacer con ella. Pasaste desapercibido los primeros tiempos de sublevación, carnicería y derrota. Libertad, desde luego... pero fuera del Paraíso.
Por no ser capaz de someterte.
Hoy vives del trueque, te alimentas del soylent green, te ocupas buscando cositas. Techo tienes, claro: con una población diezmada, hay techo de sobra. Pero el kippel hace indistinguible todo. Sales un día oscuro a ocuparte de lo tuyo, se hace tarde, llueve. Esperas ahí a que pase la lluvia para volver, y te acomodas. Y te acomodas. Y ya no tiene sentido volver ¿a cuál cubículo?
Eres un habitante de esa ciudad.
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